El pasado viernes un antiguo compañero, Gustavo Moral, publicaba en Alerta la siguiente columna de opinión.
Hay veces en las que no entiendo muchas cosas, pero en otras tengo la sensación de entender mucho menos, nada de nada; y es que quieren cerrar el colegio de La Enseñanza. Me quedo aturdido al recibir la noticia, como imagino que estén los profesores y el personales del centro, y los alumnos que siguen acudiendo a clase, y los padres de los alumnos que se preocupan -siempre son todos- por el futuro de sus hijos, y los antiguos alumnos, y los antiguos profesores, como yo mismo, que sienten que algo se muere en el alma.
Hace años pude vivir, desde dentro, la experiencia de ser profesor en este colegio. Aprendí muchas cosas del día a día junto a los chavales, del codo con codo con los compañeros, pero sobre todo aprendí a creer en la intención común de tener un proyecto educativo, de saber que había una brújula que, a pesar de poder perderse en ocasiones, siempre nos serviría de guía. Y no hablo de religión, ni de departamentos de pastoral, ni de horarios, ni programas, sino de la intención de hacer futuro desde un trabajo en común. De sentirse apoyado y obtener los medios para buscar la utopía, de saber que el trabajo de un profesor es vital en un mundo que, muchas veces, parece que camina a la deriva. De creer en lo que hacíamos, de saber que siguen creyendo en lo que hacen los profesionales ahora abocados al despido.
Cierro los ojos y recuerdo algunas de la experiencias allí vividas a finales del siglo pasado; fueron muchas. Recuerdo las obras de teatro que se hicieron entre todos, La Venganza de Don Mendo, La Tienda de los Horrores, Agua, Azucarillos y Aguardiente… Recuerdo especialmente la emoción de un aniversario que también se recordó con teatro: los ciento cincuenta años del colegio repasados con amor, fotografías pero sobre todo con la certeza del presente y la ilusión por el futuro. Muchos lloramos aquella tarde con lágrimas de esas que nacen de un nudo en la garganta. Ahora el llanto tiene más que ver con la rabia y la impotencia. Parece ser que el maldito dinero se interpone una vez más en nuestros sueños. Vivimos en un mundo en el que un constructor tiene más que decir que un enseñante. Y así nos van las cosas. Pero no me extraña si un futbolista es más importante que un poeta y un hotel, o vaya usted a saber qué cosa, más trascendente que un colegio.
¿Se puede hacer algo? ¿La decisión está tomada? Les decía que muchas veces no entiendo nada, pero me gustaría saber si una sociedad puede permanecer con la cabeza alta cuando ocurren cosas como ésta. Espero no parecerles frívolo al escribir cuando ya no estoy implicado, pero mi vida y mis recuerdos aún se encuentran en La Enseñanza. Y siento la fuerza de todos aquellos que tienen mucho que decir al respecto. Leo cartas en los periódicos, escucho conversaciones, me informo de lo que dicen los políticos y lo que me cuentan mis antiguos compañeros. Y hay algo que tengo claro, no se puede cerrar un colegio cuando hay vida dentro de él, cuando las expectativas de futuro están abiertas, cuando ha habido tanta gente luchando y trabajando por él. No se puede cerrar un colegio no por la memoria de los que en él han aprendido sino por la promesa de los que a él quieren seguir acudiendo. No se puede cerrar un colegio porque se mata la esperanza de los que eligen un tipo de educación, una forma de entender la enseñanza, un espacio en el que se habla de ideas, y del mundo, y de la vida. No se puede cerrar un colegio por dinero, la educación no tiene precio.
Si al final, dentro de unos años, paseamos por Vía Cornelia y nos encontramos un hotel, una cafetería, una restaurante, una tienda de bicicletas o cualquier otro sustituto comercial de nuestro centro habremos perdido una batalla de las importantes. Espero que si así ocurre los fantasmas que queden dentro no dejen dormir bien a quienes los condenan. Y yo seré uno de ellos.
No hace mucho que yo y los alumnos de este colegio nos enteramos de la noticia.Dicha noticia me lleno el corazon de tristeza,aunque yo solo llevo desde tercero de primaria en este colegio.Una impotencia crecia en mi corazon a medida que pasaban los dias.Me parece un acto vergonzoso que unas monjas se muevan por dinero ,pero en este siglo, nada me sorprende,tras el escandolo urbanistico de marbella no se han dejado de repetir actos inmorales en las que detras estaba siempre una empresa inmobiliaria,con el fin de ganar dinero que parece que es lo unico que importa a las personas.Lo mas imactante es que es un colegio de 500 alumnos ,el mismo esta en el centro de santander donde hay una alta demanda educativa y que 30 profesores mas el personal se quedarian en paro con una dificil recolocacion.Ademas el colegio atravesaba uno de los mejores momentos de los ultimos años.La conclusion es que en esta sociedad importa mas engordar la cuenta bancaria que la educacion,que es un gran error porque somos el futuro de dicha sociedad.
Cuando leo los comentarios de alumnos, padres, antiguos alumnos y demás, me vienen a la mente muchos momentos de mi vida que serán muy dificiles de olvidar. Toda mi infancia y adolescencia la he pasado en esas aulas y patios, donde tenia la sensación de «segundo hogar» que muy dificilmente se puede encontrar en otro sitio.
Igual que Gustavo, recuerdo la representación de obras como «La pequeña tienda de los horrores» (entre otras) o la celebración del 150 aniversario del colegio, acontecimientos puntuales que llenaban el Salon de Actos incluso de personas ajenas al colegio.
Tambien recuerdo las tradicionales Jornadas Culturales, que esperabamos con ilusión para poder aprender cosas diferentes a las diarias, en excursiones y visitas (y de paso perder algunas horitas de clase…). Las fiestas de la Niña María y Santa Juana (mercadillo solidario, discoteca, barracas, etc), con sus respectivos pregones, que en los últimos cursos preparabamos con muchas ganas, deseando que todo saliera perfecto.
Pero sobre todo, ahora recuerdo el día a día, que compartía con mis compañeros y con los profesores, cuya cercanía es inigualable en otros ámbitos.
Y después de todo eso, este colegio me ha dado la oportunidad de vivir otras experiencias, ahora dentro de los Grupos Lestonnac, en los que los animadores intentamos transmitir los valores que nos han ido inculcando todas las personas que han participado dentro del colegio en nuestra formación. Desde «Los Grupos», apoyamos la continuidad de este proyecto educativo, pues también es el nuestro.
Por eso, cuando me enteré de que es posible que por esos patios no corran más niños, sentí que una parte de mí se consumía.
«Yo quería que mis hijos fueran a este colegio..» -me han dicho algunos de mis antiguos compañeros, deseo que comparto. ¿Y por qué no? Desde aquí todo mi apoyo a la coordinadora. Esperemos que se pueda encontrar una solución.
Finalmente me he decidido a escribir porque todo esto que está pasando me parece una injusticia. Escribo para dar mi apoyo a toda esa gente que esta luchando para que no se rompan las vidas de cientos de personas, y los recuerdos de otros muchos…
Por cierto Gustavo, un saludo, soy una alumna de la promocion de la foto que acompaña a tu artículo.
Pues nada he estado leyendo la página y solo quería mostrar mi apoyo a todos los que están trabajando para que el centro no se cierre. Es una pena que un colegio como este tenga que terminar de esta manera, parece que a todos se nos va algo con el. Ojalá que la lucha sirva para algo.
Sin mas me despido un saludo.